uncientovolando

La sala del pozo estaba destrozada. La columnata del claustro se sostenía a duras penas, los paneles del techo estaban desencajados, rotos o hechos añicos en un suelo lleno de escombros. Varios cuerpos tendidos en el suelo. Ropa de diferentes épocas. Bajo la luz parpadeante no parecía moverse nada. La nube de polvo empezaba a asentarse y de repente una tos. Una tos femenina luchando por hacer respirar a su dueña.

Amelia intentó ponerse en pie y caminar entre los escombros. Le costaba pensar, recordar que había pasado, como quien intenta despertar después de un sueño pesado. ¿Una explosión?¿Hombres armados? Todo estaba difuso.

Recorrió la sala del pozo. Las escaleras estaban bloqueadas por los escombros. Su tobillo detonaba un dolor que recorría todo su cuerpo a cada paso. Se acercó al despacho de Salvador. Los cristales habían reventados pero todavía se veía la luz de una lámpara de techo que se balanceaba proyectando sombras extrañas sobre la pared.

Al entrar en el despacho pudo ver varios cuerpos más. Salvador sentado en su sillón, aparentemente muerto. Entonces reconoció la cara de Julián, tirado en el suelo junto a la mesa. Trató de correr hacia él pero su tobillo cedió y le hizo caer sin alcanzarle. Una lagrima de puro dolor se resbalaba por su mejilla mientras intentaba arrastrarse hacia el cuerpo de Julián. Tomó su pulso, trató de sentir su respiración. Nada.

Todo parecía una pesadilla. Amelia quería gritar y llorar, pero no era capaz. Acurrucada junto al cuerpo de Julián y cerró los ojos. Quizás al abrirlos de nuevo todo hubiera acabado, como un mal sueño. Pero los pasos y voces recorriendo el pasillo le sacaron de su fantasía. Puede que paralizada por el miedo, o por un instinto primario decidió quedarse parada.

−¡Comprobad los cuerpos! ¡Si alguien respira, disparadle! – gritó una de las voces.

Con la mirada oculta tras una de las sillas desplazadas por el despacho, Amelia abrió los ojos. Tres hombres desconocidos recorrían la sala y se dirigían hacia ella, Julián y Salvador. Cerró los ojos e intentó no respirar, pero sabia que no podría hacerse pasar por un cadáver más. Su corazón latía con más fuerza de lo que lo había hecho nunca.

Notó los pasos acercándose, en unos segundos que se le hicieron eternos. Uno de los hombres se había parado ante ella y parecía haberse agachado para comprobar su respiración. La mano del hombre toco su pelo y dos dedos se posaron en su cuello. Ya lo había notado, estaba viva, aunque por poco tiempo si no sucedía un milagro. Un milagro. No podía dejar de pensar en lo irónico que era por su parte esperar tal cosa.

− Esta viva. – Susurró el hombre antes de levantarse.

Vaciló un momento antes de sacar su arma y quitar el seguro. Apuntó hacia Amelia y la cargó. Entonces sonó un golpe seco, un murmullo y de nuevo un golpe. Amelia abrió los ojos. Dos de los hombres habían caído al suelo mientras que el tercero era noqueado por una figura alta que quedaba en la penumbra.

Frotándose los ojos, Amelia aclaró un poco su vista. La figura salió de las sombras y le hizo un gesto reverencial con la cabeza. Las canas adornaban sus sienes y su mirada, enmarcada por las arrugas, parecía cansada. Pero no había duda, era Alonso, solo que al menos 20 años más viejo.

− Tenemos que marcharnos Amelia, ahora. – Dijo Alonso con una voz que no hacia otra cosa que añadir años al contador.

− Pe… pero Julián…− Trató de responder Amelia.

− Ahora no podemos hacer nada, debemos salir de aquí.− Intentó tranquilizarle Alonso mientras le tendía una mano.

Caminaron hacia la salida en silencio. Con cuidado de no encontrarse a ningún otro hombre, aunque Alonso sabia que no lo harían, había limpiado convenientemente la zona. Lucia ropa más o menos moderna, a excepción de una cazadora de cuero negro algo ajada. Se la quitó y la puso sobre los hombros de Amelia. La combinación con su habitual vestimenta de finales del Siglo XIX le daba un aspecto de joven gótica. Ante los ojos de la gente solo serían dos de esas personas extrañas que pasean por el centro de la ciudad.

Las sirenas de policía y bomberos se comenzaban a oír con fuerza, aproximándose a la zona. Seguramente algún vecino les habría alertado por la explosión. Al entrar en el Ministerio sólo encontrarían un edificio abandonado y una explosión de gas. Nunca podrían llegar más allá del segundo nivel de seguridad ni alcanzar la sala del pozo.

Alonso sabia que tenían que irse lo antes posible pero Amelia, aun en shock, era incapaz de moverse. O de articular una frase completa.

− Estás más viejo.− Dijo al fin. – ¿Vienes del futuro?
Alonso titubeó un momento. Sonrió como quien recuerda algo divertido de repente.

− Del mío sin duda… Y del tuyo. Pero no. No vengo del futuro de este tiempo.

− Entonces ¿Qué te ha pasado?

− Perdona, todos esos cálculos temporales aun embotan mi cabeza. Vengo de 1992, o más bien llegué a 1992.

− ¿Llegaste?¿Cuando?

− Debo estar haciéndolo en estos momentos. Tras nuestra ultima misión me dirigía a mi puerta y entonces sucedió todo. Varias explosiones detonaron en las galerías de las puertas. Intenté poner a salvo a quienes me encontré por allí, llevándolos a sus puertas. El acceso desde el pozo estaba derrumbado. Y…− Hizo una pausa intentando recordar algo–. Y entonces oí esa voz. Llamándome por mi nombre. Todavía hoy pienso que era la voz de la misma Parca. Bajé las escaleras intentando alcanzarla pero di con ella. En su lugar me encontré con una bomba.

− ¿Y por qué no has aparecido hasta ahora?

− Es una larga historia. Preferiría salir de aquí antes de relatártela.

Alonso tomó las manos de Amelia entre las suyas.

− Perdona. Me cuesta creer en lo que está pasando. Tenemos que hacer algo. – dijo Amelia, recuperando su carácter habitual.

− Tengo un plan. Bueno, parte de un plan. – Alonso hizo una pausa y volvió a sonreír de medio lado, casi con una mueca−. .¿Sabes? Al final hice caso a Julián y vi Termineitor

Amelia la miró con extrañeza. Alonso se levantó con energía, sosteniéndole la mano.

− Ven conmigo si quieres vivir.

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